«Imaginad... Estáis
en una selva. Una selva llena de vivos colores, donde abunda el verde. Cientos
de verdes distintos. El verde de los árboles, el verde de
las hierbas, el verde de los arbustos, el verde de las enredaderas, que cuelgan
de cualquier parte... Pero también está
el rojo sangre de los extraños frutos, el rosa amaranto de las
flores que recubren el suelo, el azul brillante del cielo que se vislumbra a
través
de las ramas de los árboles... Estáis
escuchando los cantos de los pájaros, los chillidos
de los monos, el deslizarse de las serpientes por el suelo. Pero no tenéis
miedo, estáis disfrutando del paisaje. Aunque
hay un gran bullicio, sentís calma,
tranquilidad. Estáis tumbados sobre un
tronco, humedecido por las últimas lluvias, pero
cómodo
como un sofá. Poco a poco os incorporáis.
Decidís
dar un paseo para explorar esa selva en la que os encontráis.
Veis cientos de mariposas volando alrededor vuestro, pequeños
insectos sobrevolando las plantas, que crecen con fuerza buscando la luz del
sol.
De repente, todos
los pájaros
se callan. Se oye el grito de un mono aullador. Y la selva se queda en
silencio. El cielo se oscurece, formando un extraño
símbolo
encima de vosotros. Es un rostro humano, emergente de las fauces de una serpiente. Es un rostro
tranquilo, que expresa superioridad, impasible.
La cara del cielo
habla. Se expresa en un idioma extraño.
No entendéis nada de lo que dice, pero lo hace
con un tono intimidante que asusta al que lo oye. Transmite una sensación
de inmensidad, de que no sois nada comparado con él. Sentís
que el universo es inmenso, y vosotros solo sois una mota de polvo en él.
En el cielo se
dibuja una flecha que os indica hacia donde tenéis
que ir. Os habéis quedado hipnotizados por aquel
extraño
rostro, y seguís la flecha, sumisos.
Estáis
horas caminando, siguiendo la brillante flecha. Los sonidos de la naturaleza
han vuelto, aunque mucho más débiles
que antes. El cielo sigue cubierto, el rostro ha desaparecido. Empezáis
a estar cansados. Estáis muy cansados. Los
brazos y las piernas os pesan mucho, no creéis
poder andar mucho más tiempo. Estáis
a punto de tumbaros en el suelo y dejaros ir, descansar por horas y horas,
cuando veis algo extraño a lo lejos. En ese
momento la flecha del cielo desaparece. Andáis
un poco más rápidamente,
os pica la curiosidad por ver qué
es ese extraño triángulo.
Según
os vais acercando distinguís una antigua pirámide
maya, ya en ruinas por el paso del tiempo.
A su alrededor están los restos de lo
que un día
fue una ciudad habitada por los mayas, en cuyo centro estaba el templo en el
que rendían
culto a sus dioses.
De nuevo, la cara
aparece en el cielo. Y nuevamente habla en ese extraño
idioma que no entendéis. Pero esta vez
tiene cara de enfadado, y grita para desfogarse. Otra vez aparece una flecha en
el cielo. Esta vez está indicando que entréis
a la pirámide.
De camino a ella, os
vais fijando en las ruinas de la ciudad. Escondido entre varias filas de casas
derrumbadas hay un huerto. Os extrañáis
mucho, y os preguntáis si vivirá
alguien allí. Porque un huerto no aparece porque
sí;
alguien tiene que plantarlo, cuidarlo, regarlo... Decidís
desviaros del camino que marca la flecha y os dirigís
al huerto. Junto a él hay una pequeña
chabola, en la que parece que vive alguien. Está
encajonada entre dos casas, con un techo hecho de paja y sin muebles. Sólo
tiene una sábana cubriendo un mullido lecho de
hierbas y hojas, y algunos cubos con agua. "Aquí
tiene que vivir alguien", os decís
a vosotros mismos. Salís de la casa, ya que
no hay mucho más que ver, y decidís
dar una vuelta por los alrededores para ver si hay alguien. Al bordear la casa
veis un rastro de agua reciente, parece que se le ha caído
a alguien. Seguís el rastro y llegáis
a un pequeño pozo. Junto a él
hay una niña de unos siete años,
con un cubo casi más grande que ella,
llenándolo
de agua. Intentáis hablar con ella,
pero también habla ese idioma tan extraño.
Comunicándoos
por signos, averiguáis que,
efectivamente, vive en la chabola, y que está
sola. Cuando intentáis preguntarle cómo
consigue comida, señala la pirámide.
Entonces os acordáis del rostro en el
cielo, pero ya ha desaparecido sin que os dierais cuenta.
Intrigados, os dirigís
de nuevo a la pirámide. Os dais cuenta
de que la niña os sigue, y vuestro primer impulso
es decirle que se quede en su casa, pero luego pensáis
que a lo mejor puede ayudaros, ya que conoce la zona. Así
que la dejáis ir delante, abriendo la marcha. Al
llegar a la puerta de la pirámide os lleváis
una decepción, está
cerrada y parece un muro demasiado grueso como para derribarlo. Pero la niña
busca algo entre la vegetación y al momento la
puerta se abre. Os extrañáis, pero la
curiosidad por ver lo que hay dentro de la pirámide
es mayor que el misterio de la puerta.
Tras unos segundos
en los que os adaptáis a la oscuridad
reinante os dais cuenta de que no es una pirámide
normal. Por dentro es de un color verde azulado, imitando el color del mar en
un día
de tempestad. Apenas tiene un par de símbolos
grabados en la pared, uno de ellos idéntico
al que apareció en el cielo. Está
completamente vacía. No hay nada.
De pronto, un haz de
luz ilumina el centro de la estancia. Asustados, todos retrocedéis
hacia las paredes. Surge una niebla espesa, pero blanca como la nieve. Y de
ella surge el rostro que habíais visto en el
cielo. Esta vez habla vuestro idioma. Y entona una tétrica
canción:
“Vosotros,
viajeros malditos,
que
habéis
saqueado mi templo,
yo
os maldigo, por hoy para siempre,
a
quedaros sin sol y sin viento.
Aquí
encerrados quedaréis,
el
aire no volveréis a ver,
aunque
morir tampoco podréis,
una
eterna tortura viviréis.
Pagaréis
por lo que hicisteis,
si
no vosotros otros de vuestra especie,
ya
no respetáis a nada
ni
siquiera a quienes os protegen.”
Aterrorizados, gritáis.
"¡Nosotros
no hemos sido!", decís desesperados. Pero
el rostro y la niebla han desaparecido sin dejar rastro. La puerta se empieza a
cerrar. Pero algo os mantiene inmovilizados, y no os permite hacer un solo
gesto. Justo cuando creéis que todo está
perdido, os percatáis de la niña.
Está
fuera, todavía no ha entrado a la pirámide.
Se ha quedado junto a la maleza donde antes ha abierto la puerta. Está
distraída,
ajena a los últimos acontecimientos. Pero no habla
vuestro idioma. Y no podéis usar gestos, ya
que estáis
inmóviles.
Gritáis
con todas vuestras fuerzas, intentáis
imitar esa lengua que la habéis oído
hablar. La puerta está a punto de
cerrarse, y os rendís agotados.
Estáis
muy cansados. Los músculos os pesan como
si fueran cemento. Cerráis los ojos. Ponéis
la mente en blanco. No pensáis en nada. Y, poco
a poco, vais abriendo los ojos de nuevo...»
Veintiséis
alumnos despiertan en el gimnasio de su colegio, renovados por la sesión
de relajación que les acaba de proporcionar su
profesor. Poco a poco se vuelven a oír
las voces de los niños, comentando el
relato. Ha sido una clase fantástica, estaban
completamente sumergidos en la historia. Se dirigen hacia la puerta, y tras
despedirse de su profesor van a su siguiente clase.
El profesor se queda
reflexionando. ¡Qué
emocionante, y qué divertido fue ese
viaje a Costa Rica, hace ya tantos años...!
¡Qué
suerte que finalmente aquella niña
les ayudara a escapar!