miércoles, 24 de abril de 2013

PARA VIVIR UNA AVENTURA


«Imaginad... Estáis en una selva. Una selva llena de vivos colores, donde abunda el verde. Cientos de verdes distintos. El verde de los árboles, el verde de las hierbas, el verde de los arbustos, el verde de las enredaderas, que cuelgan de cualquier parte... Pero también está el rojo sangre de los extraños frutos, el rosa amaranto de las flores que recubren el suelo, el azul brillante del cielo que se vislumbra a través de las ramas de los árboles... Estáis escuchando los cantos de los pájaros, los chillidos de los monos, el deslizarse de las serpientes por el suelo. Pero no tenéis miedo, estáis disfrutando del paisaje. Aunque hay un gran bullicio, sentís calma, tranquilidad. Estáis tumbados sobre un tronco, humedecido por las últimas lluvias, pero cómodo como un sofá. Poco a poco os incorporáis. Decidís dar un paseo para explorar esa selva en la que os encontráis. Veis cientos de mariposas volando alrededor vuestro, pequeños insectos sobrevolando las plantas, que crecen con fuerza buscando la luz del sol.
De repente, todos los pájaros se callan. Se oye el grito de un mono aullador. Y la selva se queda en silencio. El cielo se oscurece, formando un extraño símbolo encima de vosotros. Es un rostro humano, emergente  de las fauces de una serpiente. Es un rostro tranquilo, que expresa superioridad, impasible.
La cara del cielo habla. Se expresa en un idioma extraño. No entendéis nada de lo que dice, pero lo hace con un tono intimidante que asusta al que lo oye. Transmite una sensación de inmensidad, de que no sois nada comparado con él.  Sentís que el universo es inmenso, y vosotros solo sois una mota de polvo en él.
En el cielo se dibuja una flecha que os indica hacia donde tenéis que ir. Os habéis quedado hipnotizados por aquel extraño rostro, y seguís la flecha, sumisos.
Estáis horas caminando, siguiendo la brillante flecha. Los sonidos de la naturaleza han vuelto, aunque mucho más débiles que antes. El cielo sigue cubierto, el rostro ha desaparecido. Empezáis a estar cansados. Estáis muy cansados. Los brazos y las piernas os pesan mucho, no creéis poder andar mucho más tiempo. Estáis a punto de tumbaros en el suelo y dejaros ir, descansar por horas y horas, cuando veis algo extraño a lo lejos. En ese momento la flecha del cielo desaparece. Andáis un poco más rápidamente, os pica la curiosidad por ver qué es ese extraño triángulo. Según os vais acercando distinguís una antigua pirámide maya, ya en ruinas por el paso del tiempo.  A su alrededor están los restos de lo que un día fue una ciudad habitada por los mayas, en cuyo centro estaba el templo en el que rendían culto a sus dioses.
De nuevo, la cara aparece en el cielo. Y nuevamente habla en ese extraño idioma que no entendéis. Pero esta vez tiene cara de enfadado, y grita para desfogarse. Otra vez aparece una flecha en el cielo. Esta vez está indicando que entréis a la pirámide. 
De camino a ella, os vais fijando en las ruinas de la ciudad. Escondido entre varias filas de casas derrumbadas hay un huerto. Os extrañáis mucho, y os preguntáis si vivirá alguien allí. Porque un huerto no aparece porque sí; alguien tiene que plantarlo, cuidarlo, regarlo... Decidís desviaros del camino que marca la flecha y os dirigís al huerto. Junto a él hay una pequeña chabola, en la que parece que vive alguien. Está encajonada entre dos casas, con un techo hecho de paja y sin muebles. Sólo tiene una sábana cubriendo un mullido lecho de hierbas y hojas, y algunos cubos con agua. "Aquí tiene que vivir alguien", os decís a vosotros mismos. Salís de la casa, ya que no hay mucho más que ver, y decidís dar una vuelta por los alrededores para ver si hay alguien. Al bordear la casa veis un rastro de agua reciente, parece que se le ha caído a alguien. Seguís el rastro y llegáis a un pequeño pozo. Junto a él hay una niña de unos siete años, con un cubo casi más grande que ella, llenándolo de agua. Intentáis hablar con ella, pero también habla ese idioma tan extraño. Comunicándoos por signos, averiguáis que, efectivamente, vive en la chabola, y que está sola. Cuando intentáis preguntarle cómo consigue comida, señala la pirámide. Entonces os acordáis del rostro en el cielo, pero ya ha desaparecido sin que os dierais cuenta.
Intrigados, os dirigís de nuevo a la pirámide. Os dais cuenta de que la niña os sigue, y vuestro primer impulso es decirle que se quede en su casa, pero luego pensáis que a lo mejor puede ayudaros, ya que conoce la zona. Así que la dejáis ir delante, abriendo la marcha. Al llegar a la puerta de la pirámide os lleváis una decepción, está cerrada y parece un muro demasiado grueso como para derribarlo. Pero la niña busca algo entre la vegetación y al momento la puerta se abre. Os extrañáis, pero la curiosidad por ver lo que hay dentro de la pirámide es mayor que el misterio de la puerta.
Tras unos segundos en los que os adaptáis a la oscuridad reinante os dais cuenta de que no es una pirámide normal. Por dentro es de un color verde azulado, imitando el color del mar en un día de tempestad. Apenas tiene un par de símbolos grabados en la pared, uno de ellos idéntico al que apareció en el cielo. Está completamente vacía. No hay nada.
De pronto, un haz de luz ilumina el centro de la estancia. Asustados, todos retrocedéis hacia las paredes. Surge una niebla espesa, pero blanca como la nieve. Y de ella surge el rostro que habíais visto en el cielo. Esta vez habla vuestro idioma. Y entona una tétrica canción:
Vosotros, viajeros malditos,
que habéis saqueado mi templo,
yo os maldigo, por hoy para siempre,
a quedaros sin sol y sin viento.
Aquí encerrados quedaréis,
el aire no volveréis a ver,
aunque morir tampoco podréis,
una eterna tortura viviréis.
Pagaréis por lo que hicisteis,
si no vosotros otros de vuestra especie,
ya no respetáis a nada
ni siquiera a quienes os protegen.
Aterrorizados, gritáis. "¡Nosotros no hemos sido!", decís desesperados. Pero el rostro y la niebla han desaparecido sin dejar rastro. La puerta se empieza a cerrar. Pero algo os mantiene inmovilizados, y no os permite hacer un solo gesto. Justo cuando creéis que todo está perdido, os percatáis de la niña. Está fuera, todavía no ha entrado a la pirámide. Se ha quedado junto a la maleza donde antes ha abierto la puerta. Está distraída, ajena a los últimos acontecimientos. Pero no habla vuestro idioma. Y no podéis usar gestos, ya que estáis inmóviles. Gritáis con todas vuestras fuerzas, intentáis imitar esa lengua que la habéis oído hablar. La puerta está a punto de cerrarse, y os rendís agotados.
Estáis muy cansados. Los músculos os pesan como si fueran cemento. Cerráis los ojos. Ponéis la mente en blanco. No pensáis en nada. Y, poco a poco, vais abriendo los ojos de nuevo...»
Veintiséis alumnos despiertan en el gimnasio de su colegio, renovados por la sesión de relajación que les acaba de proporcionar su profesor. Poco a poco se vuelven a oír las voces de los niños, comentando el relato. Ha sido una clase fantástica, estaban completamente sumergidos en la historia. Se dirigen hacia la puerta, y tras despedirse de su profesor van a su siguiente clase.
El profesor se queda reflexionando. ¡Qué emocionante, y qué divertido fue ese viaje a Costa Rica, hace ya tantos años...! ¡Qué suerte que finalmente aquella niña les ayudara a escapar!

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